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Sahumerios y arrebatos

La pescadilla de Kafka.

La pescadilla de Kafka.

Por ciertos motivos que no vienen a cuento, me encontraba en una comisaría de Policía a la que acudí muy de mañana para declarar como presunto delincuente por un delito del que según lo dicho no haré mientes.

En las primeras diligencias, que debo reconocer fueron harto diligentes, me declaré culpable del delito que se me imputaba y renunciando de paso a todos los derechos que me leyeron en el mejor estilo joligudiense. A saber, renuncié a que me tomase declaración el Juez, a declararme culpable y a que me asistiese un abogado.

El policía que me atendía, en un tono entre doctoral y paternal aceptó mis dos primeras renuncias pero se opuso a la tercera, porque según llegué a entender, sin los abogados, los delincuentes podríamos ser declarados inocentes, cosa fea que provocaria que la minuta se viese capitidisminuida, algo a todas luces inadmisible.

Para velar por mis intereses, que en este caso eran los de no tener abogado, solicitó por teléfono, como quien pide una pizza margarita, un abogado de oficio (desconozco si con oficio) y con corbata para un presunto delincuente detenido en aquellas dependencias, pues también comprobé esa mañana que lo que para el común de los mortales es una Comisaría de Policía, para los que ejercen en ella su labor aquello son dependencias policiales.

Kafka hizo su primera aparición en escena al informarme el agente que “mi abogado” tardaría unas horas en personarse (otra cosa que aprendí como delincuente novato fue que los abogados no van a los sitios, ellos se personan, tal vez sea para impedir que se corra la mala costumbre de que los abogados en lugar de acudir en persona manden a currar una fotocopia) y que lamentaba informarme que los detenidos, según vieja costumbre del lugar, debían esperar las personaciones letradas en el calabozo.

Y allí estaba yo, que no quería abogado, enchiquerado en una preciosa y desnuda jaula esperando la personación de uno del gremio, habiendo sido despojado de todas mis pertenencias, tabaco incluido, por aquello de que no fuese a cortarme las venas con la tarjeta Visa, o a huir a punta de correa.

El lugar, limpio y bien dotado de nada, tenia una especie de tarima de las de obra perfectamente alicatada junto con unas rejas muy aparatosas provistas de un pasador descomunal, por todo lo cual estaba yo muy orgulloso al verificar el viejo dicho de que la vida imita al arte, en este caso al séptimo.

Me senté en la tarima y transcurridos unos minutos advertí que mi culo se veía afectado por claros síntomas de hipotermia. Según lo pactado con el guardián del calabozo, este entró al cabo de un buen rato a proveerme de tabaco, aprovechando la ocasión para preguntarle si la hipotermia de mi antifonario se podía considerar como tortura.

Con gran perspicacia, el guardia capto mi indirecta y me paso una manta entre los barrotes, no ocurriendo nada significativo hasta que llegó el momento que tanto esperaba y que tanta ilusión me hacía, el momento de ficharme.

Agradecí al agente, que no guardia, pues iba en vaqueros, el que me hiciese el honor de no olvidar nada de la parafernalia del momento, incluida la toma de 82 huellas digitales y el tierno detalle de las fotos de frente y de perfil con el cartelito en el pecho. Por fin se había cumplido un viejo sueño infantil de cuando jugábamos a policías y ladrones, ya era un “fichado”

Reconozco que estuve a punto de llorar de emoción, fue algo delicioso en un marco incomparable, tanto que le pedí una copia de las fotos como recuerdo de mi visita, a lo que el agente se negó dejándome un tanto compungido, aunque reconozco que no demasiado, pues me llevaba en las yemas de mis dedos un recuerdo en negro que seria imborrable al menos en 10 lavados.

Mientras se desarrollaba la sublime ceremonia en el marco incomparable de los calabozos, vi en uno de ellos unas colchonetas. Le comenté al agente que la noche anterior, por motivos de trabajo, solo había dormido un par de horas y si era tan amable de cederme una de las colchonetas. Accedió, entré en mi celda y me eché a dormir acunado por barrotes.

Me desperté con el típico chirrido de la puerta de la celda al abrirse, y como el reloj lo tenia incautado también, creo yo que para evitar cortarme la yugular con su cristal, no supe hasta mas tarde que aquella siesta, llamada del borrego en mi tierra, había durado unas tres horas.

El guardia del calabozo me dijo que había llegado “mi abogado”, así que subimos a las dependencias donde se toman declaraciones, notificándome el policía que debía realizar la labor, que la sala estaba ocupada por otro presunto delincuente declarando, por lo que debía esperar.

Dado que mi tabaco seguía incautado le solicité al policía trajeado si podía bajar con el policía uniformado y así pillar un cigarro. Aceptada mi petición, bajé, fumé y me senté a esperar en una de las sillas de la entrada de la comisaría, ocupadas casi todas ellas por inmigrantes portadores de papeles pero se ve que no suficientes.

Y allí estaba yo, cuando Kafka hizo su segunda aparición portando esta vez una hermosa pescadilla que se mordía la cola.

Entraron en Comisaría dos jóvenes, extranjeros a todas luces e inmigrantes aun a pocas menos. Plantean su problema a mi amable guardia del calabozo, quien tras oírlo en un esforzado y chapurreado español, traslada el asunto al que yo nada mas verlo llamé para mis adentros Sargento Pescadilla.

Era el tal sargento un hombre bajo, calvo y barrigudo, portando lo que a primera vista identifiqué como muy malas pulgas aderezadas con grandes cantidades de muy mala leche.

 ¿Qué quieren ustedes? les dijo el Sargento Pescadilla que se les había plantado ante ellos y a medio metro de mi, haciendo un evidente esfuerzo por sacar pecho, pero con el resultado de que lo único que vi incrementarse fue, todavía mas, su esférica barriga.

El joven que tenía el problema que se planteaba, no hablaba español, por lo que se hacia acompañar por un amigo que ejercía de animoso interprete.

 Mi amigo perdido el suyo pasaporte.  oí que decía el voluntarioso traductor.

 ¿De donde son ustedes, marroquíes..... de Marruecos? les espetó con estudiada y brusca sequedad el sargento coleccionista de pulgas.

 Si, nosotros ser marroquinos...., marroquíes  confirmó a su modo el amigo del que tuvo la mala fortuna de perder su pasaporte en la zona de influencia del Sargento Pescadilla.

 Pues miren ustedes les dijo el sargento con voz de doctorado en leyes  en esta comisaría solo certificamos la perdida o extravió de aquellos documentos emitidos o expedidos por el Estado Español, tales como certificados de residencia y similares, por tanto, como el documento del que hablamos fue expedido por el Estado de Marruecos, deberán acudir a su consulado a solucionar la cuestión  les remachó con aires de saber hasta lo que no está escrito.

 Disculpe, pero venimos de Consulado y decirnos que necesitar mi amigo papel de comisaría española con perdida.  al oír esto, se le iluminó la cara al Sargento Pescadilla, yo le miraba y notaba como se relamía de gusto por dentro ante una oportunidad tan fastuosa de degustar de nuevo la famosa “Pescadilla kafkiana”.

 Pues ya les he dicho que dado que la autoría del documento es del Estado de Marruecos, deben plantear el asunto al consulado de su país.  les reiteró con evidente y sádica satisfacción ante las caras de los dos jóvenes atrapados en el circulo maldito.

 Señor policía, en consulado ya ir y mi amigo necesita para tener pasaporte papel de comisaría de España.  le dijo con un cierto tono de suplica salpicada de confusión el amigo traductor.

En ese momento y viendo que el Sargento Pescadilla estaba solo a un paso de tener su enésimo orgasmo kafkiano, decidí estropearle tan suculento festín, dirigiéndome al esforzado interprete le dije desde mi silla...

 Escuche, en lugar de decir que su amigo ha perdido el pasaporte, diga que se lo han robado, ponga una denuncia, que le den una copia y ya tiene su papel de la comisaría de España.

En ese momento, al Sargento Pescadilla se le demudó el rostro, pero bien demudado, emitiendo por sus ojos borbotones de rabia que acompañada de gestos iracundos cayó sobre mí junto con sus palabras de perro viejo al que han quitado el hueso de la boca

 ¿Quién se cree usted que es para intervenir en esta cuestión?  me levantó a empellones de la silla mientras gritaba y me empujaba..  Usted va a volver ya mismo al calabozo, pues no tiene nada que decir aquí, so idiota.

Mientras se cerraba a mis espaldas la puerta de los calabozos aun le oí decir

 Menudo idiota es este tío...

El amable guardián del calabozo, sin decir una palabra, cerró la celda y salió mientras me echaba de nuevo en la colchoneta y volví a dormir, pensando en el banquete de pescadilla que seguramente se estaría dando el Sargento a costa de los dos jóvenes marroquíes.

Tras un tiempo, ni corto ni largo, volví a salir del calabozo. El Sargento Pescadilla estaba en su mesa afanado en cumplimentar unos papeles. Me acerqué a el y le dije:

 Señor guardia, le rogaría que retirase el insulto ese de idiota que me ha dirigido antes y que se disculpe.  levantó la vista del tocho de formularios que tenia entre manos y en tono de guardia de la porra, de los antiguos, me sentenció

 Cuando acabe usted las diligencias que tiene que hacer, baje y hablamos.  todo ello mirando al Policía que me tenia que interrogar para darle a entender que no había pasado nada.

 Pues si no se disculpa usted,  le dije con mis manos apoyadas en su mesa  me veo obligado a decirle que es usted fractal en grado sumo.  y dicho lo cual me fui tras el policía interrogador pensando en cuanto tardaría en preguntar a alguien por el significado de mi “insulto”.

Todo terminó con la firma de mi declaración de culpabilidad, que acompañó la de “mi abogado”, siendo esta la unica actividad letrada que realizó.

Debo reconocer que mis cuatro horas de calabozo merecieron la pena porque a partir de ese momento subí varios escalones del escalafón social, pues ya puedo decir que además de coche, puas, hijos, tostadora y PC también tengo abogado.

Solo lamento el no haber conseguido un par de fotos de esas de frente con el cartelito en el pecho para la renovación de mi DNI que está caducado. ¡Anda que no habría vacilado yo con semejante Carnet de Identidad!.

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