El paraíso que nunca existió.
Por primera vez, y por lo que me impactó su lectura, reproduzco íntegramente una conferencia que Michael Crichton dio en San Francisco en 2003. El texto viene de la página PlazaMoyua.org donde a su vez informan al final del documento sobre las fuentes.
El paraíso que nunca existió.
Conferencia de Michael Crichton
San Francisco, 15 de septiembre, 2003.
Se me ha pedido que hable sobre lo que considero que es el reto más importante que enfrenta la humanidad, y tengo una respuesta fundamental. El mayor reto que enfrenta la humanidad es el distinguir entre la realidad y la fantasía, entre la verdad y la propaganda. Distinguir la verdad ha sido siempre un reto para la humanidad, pero en la era de la información (o como yo creo que es, la era de la desinformación) adquiere una urgencia y una importancia muy especial.
Tenemos que decidir todos los días si las amenazas que enfrentamos son reales, si la solución que se nos ofrece será para bien, si los problemas que nos dicen que existen son problemas reales, o inexistentes. Cada uno de nosotros tiene un sentido de la vida, y todos sabemos que este sentido nos ha sido dado por lo que otras gentes y sociedades nos dicen, en parte generado por nuestro estado emocional, que proyectamos hacia fuera; y en parte por nuestras genuinas percepciones de la realidad. En breve, nuestra lucha por determinar cuál es la verdad, es la lucha para decidir cuáles de nuestras percepciones son genuinas, y cuáles son falsas porque nos son entregadas, o vendidas, o generadas, por nuestras propias esperanzas y miedos.
Como ejemplo de este reto, hoy quiero hablarles sobre ecologismo. Y para no ser mal interpretado, quiero dejar perfectamente clara mi creencia de que nos incumbe a todos conducir nuestras vidas de una manera que tome en cuenta las consecuencias de nuestras acciones, incluyendo las consecuencias para otra gente, y las consecuencias para el ambiente. Yo creo que es importante actuar de manera cuidadosa con el ambiente, y creo que esto será siempre una necesidad que se extiende hacia el futuro.
Creo que el mundo tiene problemas genuinos, y creo también que puede y debería ser mejorado. Pero pienso también que decidir qué constituye una acción responsable es inmensamente difícil, y las consecuencias de nuestras acciones son difíciles de conocer con anticipación. Pienso que nuestro historial de acciones ambientales es desalentador, para decirlo suavemente, porque hasta nuestros esfuerzos mejor intencionados a menudo resultan mal. Pero pienso que no reconocemos nuestros fracasos pasados, y no los enfrentamos con decisión. Y creo saber por qué.
Estudié antropología en la universidad, y una de las cosas que aprendí es que ciertas estructuras sociales siempre reaparecen. No pueden ser eliminadas de nuestra sociedad. Una de esas estructuras es la religión. Hoy se dice que vivimos en una sociedad secular en donde mucha gente – la mejor gente, la gente más iluminada – no cree en ninguna religión. Pero creo que no se puede eliminar a la religión de la psique de la humanidad. Si de alguna manera es suprimida, simplemente emerge nuevamente bajo otra forma. Uno puede no creer en Dios, pero uno tiene siempre que creer en algo que le dé sentido a la vida, y forma a su visión del mundo. Esa creencia es religiosa.
Actualmente, una de las religiones más poderosas en el mundo Occidental es el ecologismo. Parece ser la religión elegida por los ateos urbanos. ¿Por qué digo que es una religión? Bien, sólo mire a las creencias. Si uno observa con cuidado, se ve que el ecologismo es, de hecho, el trazado de un nuevo mapa para el Siglo 21 de las tradicionales creencias y mitos Judeo-Cristianos.
Existe un Edén inicial, un Paraíso, un estado de gracia y unidad con la naturaleza; hay una caída de la gracia a un estado de contaminación como resultado de comer del árbol del conocimiento y, como resultado de nuestras acciones, hay un Día del Juicio llegando para todos nosotros. Somos todos pecadores de la energía, condenados a morir, a menos que busquemos la salvación – que ahora parece llamarse “sostenibilidad”. La sostenibilidad es la salvación en la Iglesia del Ecologismo. Tal como la comida orgánica es su comunión, esa agua sin pesticidas que la gente correcta, con las creencias correctas, bebe, es el vino del cáliz.
El Edén, la caída del hombre, la pérdida de la gracia, el inminente Apocalipsis – son estructuras profundamente míticas. Son creencias profundamente conservadoras. Puede ser que estén impresas como circuitos eléctricos en nuestros cerebros, quién sabe? Por cierto, no quiero convencer a nadie de que abandone sus creencias, como no quiero convencer a nadie de que Jesucristo pueda no ser el Hijo de Dios que resucitó de entre los muertos. Estos no son hechos que se pueden discutir. Son asuntos de Fe. Dogmas.
Y así sucede, tristemente, con el ecologismo. De manera creciente, parece que los hechos comprobados no son necesarios, porque los argumentos ecologistas son acerca de creencias. Se trata de si uno va a ser un pecador, o será salvado. Si uno será parte de la gente en el bando de la salvación, o en el bando de los condenados. Si uno será parte de nosotros, o de ellos.
¿Estoy exagerando para marcar un punto? Me temo que no. Porque ahora sabemos mucho más acerca del mundo de lo que sabíamos hacen 40 años. Y lo que sabemos ahora no apoya tanto a ciertos mitos del ecologismo. Y sin embargo, esos mitos no mueren. Veamos algunos de ellos:
No existe el Edén. Nunca existió. ¿Cuál fue el Edén del magnífico y mítico pasado? ¿Es acaso el tiempo en que la mortalidad infantil era del 80%, cuando 4 de cada 5 niños morían antes de los 5 años? ¿Cuándo una mujer entre cada 6 moría al dar a luz? ¿Cuándo la expectativa de vida promedio era de 40 años, como era en los Estados Unidos un siglo atrás? ¿Cuándo las plagas barrían el planeta, matando millones de un solo golpe? ¿Era cuando millones morían de hambrunas espantosas? ¿Era entonces cuando existía el Edén?
¿Y qué hay acerca de los pueblos indígenas, viviendo en un “estado de armonía” con ese Edén ambiental? Bueno, jamás lo hicieron. En este continente, la gente recién llegada que cruzó el puente de tierra, casi de inmediato se puso a barrer del planeta a cientos de especies de grandes animales, y lo hicieron varios miles de años antes de que el hombre blanco apareciese para acelerar el proceso. ¿Y cuáles eran las condiciones de vida? Amable, pacífica, armoniosa? Difícilmente: los pueblos primitivos del Nuevo Mundo vivían en un estado de guerra constante. Generaciones de odios, odios tribales, batallas constantes. Las tribus guerreras de este continente son famosas: los Comanches, Sioux, Apache, Mohawk, Aztecas, Toltecas, Incas. Algunos de ellos practicaban el infanticidio, y sacrificios humanos. Y aquellas tribus que no eran ferozmente guerreras eran exterminadas, o aprendieron a construir sus poblados muy alto en los cerros para tener un cierto grado de seguridad.
¿Y qué hay acerca de la condición humana en el resto del mundo? Los Maoríes de Nueva Zelanda cometían masacres de manera regular. Los Dyaks de Borneo eran cazadores de cabezas. Los Polinesios, viviendo en un ambiente tan cercano al Paraíso como podamos imaginar, guerreaban constantemente, y crearon una sociedad tan odiosamente restrictiva que uno podía perder su vida si pisaba la huella dejada por un jefe. Fueron los Polinesios quienes nos legaron el concepto del tabú, como también a la palabra misma. El noble salvaje es una fantasía, y nunca fue real. Que haya todavía quienes lo siguen creyendo, 200 años después de Rousseau, muestra al tenacidad de los mitos religiosos, su habilidad de mantenerse a pesar de siglos de contradicciones fácticas.
Hasta existió un movimiento académico, durante la última parte del Siglo 20, que afirmaba que el canibalismo era una invención del hombre blanco para demonizar a los pueblos indígenas. (Sólo los académicos podían pelear en esa batalla). Sucedió unos treinta años antes de que finalmente los profesores llegaron al acuerdo de que sí, el canibalismo realmente ocurre entre los seres humanos. Mientras tanto, durante todo ese tiempo que duró la discusión, los montañeses de Nueva Guinea continuaban comiéndose los cerebros de sus enemigos, hasta que al fin se les hizo comprender que con ello arriesgaban contraer “kuru”, una enfermedad neurológica fatal.
Más recientemente todavía, los amables Tasaday de las Filipinas resultaron ser una acrobacia publicitaria, una tribu inexistente. Y los pigmeos de África tienen uno de los índices más altos de homicidios del mundo.
En pocas palabras, la romántica visión del mundo natural como un Edén celestial es mantenida sólo por la gente que no tiene una experiencia real con la Naturaleza. La gente que vive en la naturaleza no son, de ningún modo, románticos con respecto a ella. Pueden tener creencias espirituales sobre el mundo que les rodea, pueden tener un sentido de la unidad de la naturaleza o de la vida que existe en todas las cosas, pero aún siguen matando animales y arrancando plantas para comer, para vivir. Si no lo hacen, se mueren.
Y si usted hoy, ingresa en la naturaleza, aunque sea por algunos días, muy pronto se desencantará de todas sus ideas románticas sobre ella. Haga un paseo a pie por las selvas de Borneo, y en poco tiempo tendrá heridas supurantes en la piel, tendrá el cuerpo cubierto de bichos, picándole el cuero cabelludo, trepando por el interior de su nariz y oídos, tendrá infecciones y enfermedades y, si no está usted con alguien que conozca lo que hace, muy pronto se morirá de hambre. Pero es muy probable que hasta en las selvas de Borneo usted no experimentará la Naturaleza de manera tan directa, porque usted se habrá cubierto el cuerpo con repelente de insectos, y hará todo lo posible por mantener a esos insectos alejados.
La verdad es, casi nadie quiere experimentar la verdadera Naturaleza. Lo que la gente quiere es pasar una o dos semanas en una cabaña en el bosque, con mosquiteros en las ventanas. Quieren una vida simplificada durante un rato, sin sus preocupaciones de la vida en la ciudad. O quieren un lindo viaje en una balsa por el río, durante un par de días, con otro haciéndose cargo de cocinar. Nadie quiere realmente volver a la naturaleza de una manera real, y nadie lo hace. Es todo “charla”, y a medida que pasa el tiempo, y la población mundial se hace cada día más urbana, es una charla desinformada. Los granjeros saben de qué están hablando. La gente de la ciudad no. Es todo fantasía.
Una manera de medir la persistencia de la fantasía, es notar la cantidad de gente que muere a causa de que no tienen ni el más mínimo conocimiento de cómo es la naturaleza en verdad. Se paran al lado de animales salvajes, como el búfalo, para sacarse una foto y terminan muriendo aplastados; suben a las montañas en días helados y sin el equipo adecuado, y mueren congelados. Mueren ahogados en las olas porque no pueden concebir el verdadero poder de lo descuidadamente llaman “la fuerza de la naturaleza”. Han visto al océano, pero no han estado en él.
La generación de la televisión espera que la naturaleza actúe de la manera que ellos quieren que sea. Creen que todas las experiencias pueden ser grabadas y editadas más tarde a placer. La noción de que el mundo natural obedece sus propias reglas, y no le importa un comino sus expectativas, les llega como un choque masivo. Personas ricas y educadas en un ambiente urbano experimentan la posibilidad de llevar sus vidas de la manera que desean. Compran ropas que se ajustan a sus preferencias, y decoran sus departamentos como más les gusta. Dentro de ciertos límites, pueden construir un mundo urbano que les agrada.
Pero el mundo natural no es tan maleable. Por el contrario, le exigirá que usted se adapte a él, y si no lo hace, usted se muere. Es un mundo rudo, poderoso, y despiadado, que la mayor parte de los occidentales urbanos no han experimentado.
Hace muchos años yo estaba haciendo trekking en las montañas del Karakorum, al norte de Pakistán, cuando mi grupo llegó a un río que debíamos cruzar. Era un río de deshielo, helado, y corría muy rápido, pero no era muy profundo – quizás noventa centímetros cuando más. Nuestro guía instaló cuerdas para que la gente se aferrara a ellas mientras cruzaban y todos procedimos a vadear el río, uno a la vez, con mucho cuidado. Le pregunté al guía por qué tanto problema para cruzar un riacho de noventa centímetros. Me dijo, bien, supongamos que usted se resbala, cae, y tiene una fractura expuesta. Estamos ahora a cuatro días de caminata de la última ciudad que cruzamos, donde había una radio. Aún si el guía pudiese llegar a toda velocidad hasta allí para obtener ayuda, pasarían por lo menos tres días hasta que pudiese regresar con un helicóptero. Si es que había algún helicóptero disponible. Y en tres días, es muy probable que yo hubiese muerto a causa de mis heridas. Por eso es que todo el mundo cruzaba con mucho cuidado. Porque en medio de la naturaleza, un pequeño resbalón puede resultar fatal.
Predicciones y Profecías
Pero regresemos a la religión. Si el Edén es una fantasía que nunca existió, y la humanidad no era ni noble, ni bondadosa, ni amorosa, si nunca caímos de la gracia, entonces, qué hay del resto de la doctrina y preceptos religiosos? ¿Qué hay de la salvación, la sostenibilidad, y el Día del Juicio? ¿Qué hay del próximo Apocalipsis ambiental por los combustibles fósiles y el calentamiento global, si no nos ponemos de rodillas y conservamos energía cada día?
Bueno, es interesante. Ustedes habrán notado que, últimamente, algo está ausente en la lista del Apocalipsis, de la letanía verde. Aunque los predicadores del ecologismo han estado aullando acerca de la sobrepoblación durante los últimos 50 años, en la última década parece que la población está tomando rumbos inesperados. Las tasa de fertilidad están cayendo casi en todas partes. Como resultado de ello, durante el curso de mi vida las cuidadosas predicciones de total de la población mundial han caído desde un máximo de 20.000 millones, a 15.000 millones, a 11.000 millones (que era la estimación de las Naciones Unidas alrededor de 1990), hasta la actual de 9.000 millones – y pronto, quizás menos. Hay quienes creen que la población mundial hará su pico hacia el 2050 y luego comenzará de disminuir.
Hay otros que predicen que en el 2100 tendremos menos población que la que hay en la actualidad. ¿Es esta una razón para regocijarse, para decir Aleluya? Por cierto que no. Sin pausa, escuchamos ahora acerca de la crisis de la economía mundial que viene ahora a causa de una reducción de la población. Escuchamos hablar de la inminente crisis de una población que envejece. Nadie dirá que los profundos miedos expresados durante la mayor parte de mi vida resultaron no ser ciertos. A medida de que nos hemos adentrado en el futuro, estas visiones Apocalípticas se desvanecieron, como un espejismo en el desierto. Nunca estuvieron allí – y sin embargo, reaparecen en el futuro. Como los espejismos.
Está bien, los predicadores cometieron un error. Erraron con una predicción; son humanos, después de todo. ¿Y qué hay con ello? Desgraciadamente, no es sólo una predicción. Es una jauría de ellas. Nos estamos quedando sin petróleo. Estamos agotando todos nuestros recursos naturales. Paul Ehrlich: 60 millones de Americanos morirán de hambre en los años 80. 40.000 especies se extinguen cada año. La mitad de las especies se habrán extinguido para el año 2000. Y más, y más, y más.
Con tantos fracasos pasados, usted creería que las predicciones ecologistas se harían más cautelosas. Pero no si se trata de una religión. Recuerde, el loco de la acera que carga un cartel prediciendo el fin del mundo no se retira cuando el mundo no se acaba el día previsto por él. Simplemente cambia el cartel, le pone una nueva fecha para el Día del Juicio, y regresa a caminar por las calles. Una de las características que definen a las religiones, es que sus creencias no tienen problemas con los hechos – porque no tienen nada que ver con hechos.
De manera que puedo hablarles de algunos hechos. Sé que ustedes no han leído nada en los periódicos sobre lo que voy a decirles, porque los periódicos literalmente no lo informan. Puedo decirles que el DDT no es cancerígeno, y no hacía que los pájaros muriesen, y que jamás debería haber sido prohibido. Puedo decirle que la gente que lo prohibió sabía que no era cancerígeno, e igualmente lo prohibió. Puedo decirles que la prohibición del DDT ha causado la muerte de decenas de millones de personas en el mundo, especialmente pobres y niños, cuyas muertes son directamente atribuibles a una insensible sociedad occidental, tecnológicamente avanzada, que promovió la nueva causa del ecologismo al llevar adelante la fantasía sobre un pesticida, y así perjudicó de manera irreversible al Tercer Mundo. La prohibición del DDT es uno de los episodios más desgraciados de la América del Siglo 20. Sabíamos bien que no había que hacerlo, y lo hicimos igual. Y dejamos que la gente muriese en el mundo, y no nos importó un comino.
Puedo decirles que el “fumar de segunda mano”, o “fumador pasivo”, no es un riesgo para la salud de nadie y jamás lo fue, y la EPA siempre lo supo. Puedo decirles que la evidencia del calentamiento global es mucho más débil de lo que sus proponentes están dispuestos a admitir. Le puedo decir que el porcentaje del territorio de los Estados Unidos tomado para urbanización, incluyendo ciudades y caminos, es del 5%. Les puedo decir que el desierto del Sahara se está encogiendo, y que el hielo total de la Antártida está aumentando.
Les puedo decir que un panel “blue-ribbon” de la revista Science concluyó que no existe ninguna tecnología conocida que nos permita detener el aumento del dióxido de carbono durante el Siglo XXI. Ni las energías eólicas, solares o la nuclear. Las conclusiones del panel son que es necesaria una tecnología totalmente nueva, como la fusión nuclear, y que de otra manera nada podría hacerse, y que mientras tanto, todos los esfuerzos serán una pérdida de tiempo y dinero. El panel dijo que, cuando el IPCC de las naciones Unidas afirmó que había tecnologías alternativas que podían controlar a los gases de invernadero, las Naciones Unidas estaban equivocadas.
Puedo, con mucho tiempo disponible, darles las bases fácticas de todo esto, y puedo citar a los adecuados artículos científicos, no de las revistas idiotas, sino de las publicaciones científicas más prestigiosas, como Science y Nature. Pero esas referencias no harán impacto en más de un puñado de ustedes, porque las creencias de una religión no se basan en hechos, sino que son asuntos de Fe. Dogmas inamovibles.
Muchos de nosotros hemos tenido alguna experiencia en la interacción con fundamentalistas religiosos, y comprendemos que uno de los problemas con los fundamentalistas es que no tienen una perspectiva de sí mismos. Nunca reconocen que su manera de pensar es sólo una de las tantas otras maneras posibles de pensar, que pueden ser igualmente útiles o buenas. Por el contrario, creen que su ruta es la única correcta, y que todos los demás están equivocados. Están en el negocio de la Salvación, y que quieren ayudarle a que usted vea las cosas de la manera correcta.
Quieren ayudarle a que usted se salve. Son totalmente rígidos y totalmente desinteresados en los puntos de vista opuestos. En nuestro complejo mundo moderno, el fundamentalismo es peligroso por su rigidez y su impermeabilidad a otras ideas.
Quiero decir que es hora de que hagamos un gran cambio en nuestro pensamiento acerca del ambiente, similar al cambio ocurrido hacia el Día de la Tierra de 1970, cuando esta conciencia fue elevada por primera vez a los titulares periodísticos del mundo. Pero ahora, tenemos que sacar al ecologismo fuera del contexto religioso. Tenemos que detener las fantasías míticas, y tenemos que detener las predicciones Apocalípticas. En vez de ello, tenemos que comenzar a hacer ciencia dura.
Hay dos razones por las que todos tenemos que librarnos de la religión del ecologismo.
Primero, necesitamos de un movimiento ambiental, y dicho movimiento no es muy efectivo sin es conducido como una religión. Sabemos por la historia, que las religiones tienden a matar gente, y el ecologismo ya ha matado entre 10 a 30 millones de personas desde los años 70. No es un buen prontuario. El ambientalismo tiene que estar basado exclusivamente en una ciencia objetiva y verificable, necesita ser racional, y necesita ser flexible. Y necesita ser apolítico. Mezclar las preocupaciones ambientales con las frenéticas fantasías que tiene la gente sobre uno u otro partido político, es desconocer la fría verdad – que hay muy poca diferencia entre los partidos, excepto en la retórica demagógica.
Los esfuerzos para promover legislaciones efectivas para el ambiente no serán facilitados al pensar que los Demócratas nos salvarán y los Republicanos no. La historia política es más complicada que eso. Nunca olvidemos cuál fue el presidente que hizo nacer a la EPA (Agencia de Protección Ambiental): Richard Nixon. Y nunca olvidemos cuál fue el que vendió licencias federales de petróleo, permitiendo la perforación en Santa Bárbara: Lyndon Johnson. De modo que sáquese a la política de la cabeza cuando piense en el ambiente.
La segunda razón para abandonar a la religión ecologista es más apremiante. Las religiones creen saberlo todo, pero la infeliz verdad del ambiente es que estamos manejando sistemas increíblemente complejos, que evolucionan de manera constante, y usualmente no sabemos cuál es la mejor manera de actuar. Aquellos que están seguros demuestran su tipo de personalidad, o su sistema de creencias, no el estado de sus conocimientos. Nuestro registro del pasado, por ejemplo manejando a los parques nacionales, es humillante. Nuestro esfuerzo de más de 50 años de apagar incendios forestales es un bienintencionado desastre del que nuestros bosques nunca se recuperarán.
Necesitamos se humildes, profundamente humildes, en la cara de lo que estamos tratando de hacer. Necesitamos probar varios métodos de lograr las cosas. Tenemos que ser abiertos de mente acerca de la reevaluación de los resultados de nuestros esfuerzos, y necesitamos ser flexibles en el balance de las necesidades. Las religiones no son buenas haciendo ninguna de estas cosas.
¿Cómo haremos para sacar al ambientalismo fuera del control de la religión, y de regreso a la disciplina científica? Hay una simple respuesta: tenemos que implementar requerimientos mucho más estrictos para lo que constituye el conocimiento en el ámbito de la ecología. Estoy realmente cansado de los así llamados “hechos” politizados que simplemente no son verdad. No se trata de que estos “hechos” son exageraciones de una verdad subyacente. Tampoco se trata de que ciertas organizaciones están hilando su caso para presentarlo de la manera más impactante. Nada de eso – lo que más y más grupos están haciendo, es emitir mentiras, puras y simples. Falsedades que ellos mismos saben que lo son.
Esta tendencia comenzó con la campaña contra el DDT, y persiste hasta hoy. En este momento, la EPA está total y desesperadamente politizada. En el ocaso de Carol Browner, lo mejor sería cerrarla por completo y comenzar de nuevo. Lo que necesitamos es una nueva organización mucho más cercana a la FDA (Administración de Alimentos y Drogas). Necesitamos una organización que sea inflexible con respecto a la adquisición de resultados verificables, que financiará proyectos de investigación idénticos a más de un grupo, y que haga que todo el mundo en este campo se vuelva honesto – rápido.
Porque al final, la ciencia nos ofrece la única salida fuera de la política. Y si permitimos que la ciencia se politice, entonces estamos perdidos. Ingresaremos a la versión de Internet de la Edad Oscura, una era de cambiantes miedos y perjuicios, transmitidos a un público que lo ignora todo. Ese no es un buen futuro para la raza humana. Ese es nuestro pasado. De modo que es tiempo de abandonar esta religión del ecologismo , y regresar a la ciencia del ambientalismo, y basar firmemente nuestras decisiones sobre políticas públicas en dicha ciencia.
Muchas gracias.
Michael Crichton,
Septiembre 15, 2003
Fuente: la traducción viene de mitosyfraudes.org, con algunas correcciones mías. El original en inglés se puede encontrar en el sitio de Crichton, www.michaelcrichton.net .
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Página de donde he tomado el texto en el blog PlazaMoyua.org
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