Blogia
Sahumerios y arrebatos

Los hiper no son para mi.

Hoy he llevado a mi hija Cristina aun centro comercial en Murcia para que se comprase un bolso y unos zapatos para la boda de su hermana que ya está al caer. Como quiere mucho a su padre y encima me entiende un poco, me dice

- Papá, te busco un bar y me esperas a que compre, tardo media hora.

Yo que sé que su voluntad era esa, pero dada la hora que era llegaría a casa para comer pasadas las 2 y media, bueno para ponerme a hacerme la comida, así que pensé en comer allí, para lo cual entré en el Eroski que hay allí, compré una barra de pan, un poco de un fiambre de pavo, que por ser no se qué ofertón estaba a 1 euro el kilo y me fui a la frutería para conseguir el postre. Vi unas mandarinas que tenían una cara estupenda y allí comenzó mi calvario.

Ese es un sitio donde uno se sirve, pesa su compra y saca un ticket que debe pegar en la bolsa, pero tiene que saber que número de tecla o no sé qué tiene la cosa que ha echado a la bolsa para pulsarlo en la balanza. Yo que soy analfabeto funcional y disléxico neuronal a esos efectos, hasta ahora me guiaba por las instrucciones que me dio hace ya unos años mi primo Felipe, al que suelo recurrir cuando me atranco en algo. El me dijo que para no liarme hiciese cuenta de cuantas cosas de la frutería y verdulería iba a comprar, que cogiese tantas bolsas como cosas había contado, que pusiese el mechero en el peso, le diese a la tecla correspondiente al día del mes en que estábamos y sacase tantas etiquetas como bolsas, pegase una en cada bolsa y luego echase en esas bolsas tranquilamente las cosas que iba a comprar y cerrase las bolsas con un nudo.

Juro que me costó aprender el sistema, y eso que mi primo se vino conmigo las tres primeras veces para que practicase pero al final lo dominaba lo bastante como para no quedar en ridículo. No obstante algo no debía hacer bien porque a veces, al pasar por caja la cajera me planteaba algunas cuestiones casi incomprensibles para mí.

- Caballero, lo siento – me decía la cajera – pero ha debido haber un error en el peso, porque esta sandía no puede pesar 23 gramos ni costar 13 céntimos.

- ¡Ay señorita! Me duele sobremanera que me diga usted eso, porque yo sé que no soy muy ducho con estas modernas técnicas de medición de pesos, pero le juro que hago al pie de la letra lo que me explicó mi primo Felipe.

- Debe usted esperar a que llame al encargado de la frutería para que le vuelvan a pesar todo esto – me solía explicar amablemente la escultural cajera-

- Me pone usted en una difícil coyuntura, porque yo, como sé lo que me va a costar la fruta y verdura, traigo el dinero justo y si resulta que no es lo que he mal sumado no tendré suficiente para pagar y tampoco podría tener el alegrón de ver como mi vecina Amalia sale a la puerta cuando llegue a casa para ver como consigo que tantos kilos de fruta y verdura me cuesten solo 79 céntimos. Aunque ahora que caigo, ya sé lo que puede haber pasado, que como el mechero que pongo en el peso lo uso para encenderme los cigarrillos igual por eso pesa menos y la cosa la he hecho mal y el peso no tiene la precisión suficiente – le explico con cara de buena persona a la cajera-

- ¿Dice que pone el mechero para pesar esto? – me pregunta la cajera con esa cara tipo una de dos, o la de le estoy tomando el pelo o la de estoy pirao –

- Claro señorita, ya le he explicado exhaustiva y detalladamente la secuencia de pasos que sigo para lograr poder comprar en este establecimiento fruta y verdura y que no son otros que los que me indicó mi primo Felipe. Antes traía un papel con los pasos apuntados pero después de 4 años ya me los sabía.

- Caballero no se pesa así, se pesan las bolsas una vez llenas.

- ¡Madre mía, madre mía y madre mía! ¿pero qué me dice usted señorita?, ¡Ay señor señor!, cuanto les habré robado sin querer queriendo, que vergüenza habré pasado. Menudo cargo de conciencia para mi, ha desarbolado usted, señorita, todas mis expectativas de disfrutar de un sueño reparador esta noche.

La cajera suele insistir en volver a pesar todo lo que llevo con la etiqueta del mechero, pero yo compungido le digo que lo siento, pero no puedo pagar más de lo que hay en las etiquetas, por lo que con gran dolor de mi entristecido corazón debo dejar allí las bolsas. Le doy las gracias por su amabilidad y me despido.

Cierto que otras veces las cajeras aceptan el sistema de mi prime Felipe y no me plantean cuestiones tan abstrusas como la comentada, por lo que nunca he sabido a ciencia cierta si lo hago mal o no lo hago mal.

No obstante hoy, como solo iba a comprar una cosa, mandarinas, hago lo que dijo aquella vez la escultural cajera, cojo la bolsa, echo 4 mandarinas, miro que número de tecla tienen asignada, la 51, me voy corriendo al peso para que no se me olvide, dejo la bolsa, pulso la tecla 51 y para mi pasmo leo en la etiqueta: Nueces con cáscara, peso 650 gramos, precio por kilo 6,08 euros, importe 3,95 euros. (Todo esto lo sé porque me he traído la etiqueta).

Invadido por una marea de incomprensión y de turbada desorientación, pienso que he vuelto a pulsar la tecla errónea, vuelvo a las mandarinas, releo y veo que la tecla es la número 51, pongo la bolsa, pulso la tecla 51 y sale lo mismo, nueces con cáscara.

Pienso y vuelvo a pensar, allí hay algo que estoy haciendo mal, y tras 10 minutos de intensa concentración en el problema doy con la clave del misterio. Deduzco que no deben tener suficientes teclas para tanta cosa, por eso hay teclas con uso compartido o doble, en mi caso para las nueces con cáscara y las mandarinas por lo que asumo, a mi pesar, que debo poner algo de mi parte haciendo las cosas como deben hacerse y calcular cómo conseguir una etiqueta con el precio de mis mandarinas utilizando la tecla 51..

Vuelvo a las cajas de las mandarinas, me apunto el precio del kilo, 1,48 euros, busco un papel y un lápiz y comienzo a realizar los cálculos, gracias a que el día que explicaron la regla de tres en mi escuela no estaba yo ofuscado.

Primero, si un kilo de mandarinas vale 1,48 euros, ¿cuanto cuestan 650 gramos de mandarinas?. Hago mi regla de tres y me sale que mis mandarinas cuestan 0,96 euros.

Segundo. ¿Qué peso debo poner en la balanza para que al apretar la tecla 51 de las mandarinas, pero que hoy estaba para las nueces con cáscara también, me salga una etiqueta con 0,96 euros?. Tras mucho pensarlo me quedó claro que debía plantear otra regla de tres que dijese, si 6,08 euros corresponden a 1 kilo de lo que sea, 0.96 euros corresponderán a X. Hallo, tras mucho buscarla, la tal X y resulta que debía poner algo que pesase 157 gramos para tener mi etiqueta con los 0,96 euros que debía pagar.

Esto ya era fácil, puse mi navaja suiza que llegó a los 140 gramos, luego fui poniendo monedas de distinto peso y valor facial hasta que llegué a los 155 gramos. No podía perder más tiempo porque mi hija estaría esperándome, así que sabiendo esta vez que les estaba robando el equivalente a 2 gramos de nueces con cáscara, un céntimo y pico, saqué la etiqueta y se la puse a mis mandarinas.

Al llegar a la caja rápida, le explico someramente lo que había pasado a la cajera comunicándole de paso que seguiría con el sistema de mi primo Felipe ya que si para comprar cuatro mandarinas había estado 18 minutos en la frutería devanándome los sesos, la complejidad de una compra más amplia superaría mis escaseces mentales.

La cajera, esta sí, comprendió el derrumbe de mis esquemas, pasó la bolsa por el escáner, me cobró y llamó al de la frutería para decirle algo de mi penosa experiencia.

Repito, los hiper no son para mi.

NOTA AL PIE: todos los hechos, situaciones, personajes y circunstancias son reales, cualquier parecido con la ficción es mera coincidencia.

0 comentarios