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Sahumerios y arrebatos

El pinganillo vertebra España.

Ayer se montó en el Senado una cosa maravillosa. Se desataron por fin las lenguas. Se contabilizó mediáticamente el gasto que ha supuesto esa martingala pero de forma sesgada. Todos hablan de lo que nos han costado los traductores. Nadie habla de lo que han costado los pinganillos. Esa es la auténtica estafa. Nos dejan sin saber la marca de los pinganillos. No sabemos si son alámbricos o inalámbricos. No sabemos, ni creo que nunca sepamos si los pinganillos son monolingües o multilingües. Nadie nos ha aclarado si aquellos de los presentes que conocen todas las lenguas podían oír simultáneamente todas las traducciones simultáneas.

Como yo no tengo pinganillo conectado al sistema universal de traducción simultánea del Senado no puedo hablar ni opinar de lo que allí se dijo, pero puedo hablar de los pinganillos.

El pinganillo se ha convertido en una seña de identidad de España toda. El pinganillo ya es el símbolo de la unidad de las Españas. El pinganillo ya es la insignia de la diversidad multicultural de nuestro país. El pinganillo ha mutado en divisa de nuestra idiosincrasia.

El idioma común ya no es necesario para vertebrarnos. La vertebración de España se cimenta en el pinganillo.  Por todo ello exijo que el pinganillo figure en la bandera española. En el escudo se deben quitar las dos columnas que hay a ambos lados y en su lugar habría que poner dos pinganillos.

El ¡Viva España! ha quedado obsoleto, toca gritar ¡Viva el país de las gilipolleces!

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