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Sahumerios y arrebatos

¡Que pesca la de aquel día!.

¡Que pesca la de aquel día!.

Por aquellos días era yo responsable del departamento de informática de una empresa. La Jefa de Personal me envió a un chaval de unos 20 años para que hiciese prácticas. Lo puse a hacer cosas y al poco él y su padre iniciaron un proceso de acoso sobre mi con la finalidad de que colocase fijo al chaval en eso de los ordenadores.

Tal acoso consistía en invitarme un día a su finca en los montes cercanos a Murcia para cazar (pues aunque parezca mentira era una familia de rancio abolengo en la zona). Como yo no cazo le pregunte si había fósiles por el lugar y ciertamente que había a miles en un barranco cercano a su casa de campo. La cuestión al parecer era darme en el gusto.

Siguieron acosándome con invitaciones de ese tipo (a mi y a toda mi familia) durante las cuales el padre o la madre no cesaban de cantarme las bondades del muchacho.

Debí parecerles muy duro, pues decidieron utilizar su arma secreta y mas potente. Nos invitaron a un día de pesca en su pequeño barco, aparcado en el puerto de un lugar de la costa de Alicante, lindando casi con la de Murcia, y llamado La Torre de la Horadada.

Allá que fuimos toda mi familia, el menda, su cónyuge y 3 churumbeles algo crecidos al aparcamiento del yate. El padre del aspirante a colocado y patrón del chisme aquel, nos ubicó y me puso a su lado para explicarme las bases teóricas de la faena que íbamos a realizar.

Mientras salía del aparcamiento y enfilaba hacia dentro del mar (carezco de conocimientos en la terminología, pero eso creo que es mar abierto) comenzó a instruirme, explicándome que la clave del asunto estaba en los pájaros. El patrón llamaba pájaros a todo lo que vuela, sea cual sea la especie. Según él, los pájaros gustan del pescado, así que cuando desde al aire detectan un mogollón de peces, cardumen supongo era aquello, se lanzan en picado a zampárselos, así que el buen pescador otea el horizonte y cuando ve pájaros tirándose del trampolín del cielo, pues había que enfilar el barco hacia allí porque la cosa prometía.

La teoría venia a decir que esos mogollones de peces solían ser sardinas pequeñas, y que por la época en que estabamos los atunes buscaban lo mismo que los pájaros, por lo que era fácil deducir que donde había pájaros haciendo el salto del ángel, podía haber atunes haciendo de las suyas.

Unos minutos después de dejar el aparcamiento estabamos cerca de una pelotera de sardinas, así que el aspirante a colocado cogió un gran cedazo, se abocó por la punta de delante del barco, lo metió ágilmente en el agua y lo sacó lleno de cientos de pequeñas sardinas, o mejor llamadas sardinetas.

Eso iba a ser nuestro cebo para la pesca del atún. El patrón decía, que nada como el cebo vivo para enloquecer y atraer a los atunes. Por desgracia, junto a aquella pella de sardinetas no vimos ningún atún, por tanto el patrón dejo a los pájaros el festín y nosotros volvimos a otear el horizonte (aquel día aprendí yo a otear horizontes) y dimos con otro grupo de pájaros haciendo sus saltos desde las nubes a unas dos millas rumbo sur sudeste (no os lo creáis, era como dos kilómetros a la derecha). El patrón apretó el acelerador y manejando hábilmente el volante del trasto aquel nos llevó a un nuevo caladero (porque calarnos nos calamos de eso puedo dar fe).

Durante el trayecto terminó de explicarme la teoría, pues le faltaba la parte donde entran los atunes. Me vino a decir que cuando los pájaros se ceban en el cardumen de sardinetas desde lo alto, los atunes, si los han detectado, les atacan veloces desde abajo, por lo que si nosotros conseguimos colocar el barco encima del cardumen, las sardinetas se quedaran debajo del barco para evitar el ataque de los pájaros, y de ese modo tendríamos a nuestro alcance a los atunes que se los estaban almorzando.

Debo reconocer que la idea era brillante, y encima funcionó. Entonces me dió el artilugio que iba a utilizar para pescar. El tal cachirulo consistía en un palo de fregona, con un agujero en su punta donde se ataba un hilo de pescar de unos dos metros de largo en cuyo extremo había un simple anzuelo.

Yo solo tenia que coger una de las sardinetas que teníamos como cebo, pasarle el anzuelo por los ojos, tirarlo al mar y cuando sintiese un tirón, pegar yo otro hacia arriba y el atún caería al barco.

Llegamos donde el cardumen de sardinetas estaba siendo diezmado y el patrón paró el barco. Ocurrió tal como me lo había contado. Estabamos rodeados por cientos de atunes de un tamaño medio (dos o tres kilos). Empezamos a pescar y se desató la locura.

Tirábamos el cebo al mar con nuestros palos de fregona y en décimas de segundo teníamos enganchado un atún, tirón, atún arriba, quitar el anzuelo, poner el cebo, tirar al mar, tirón, atún arriba..... y así sin parar casi una hora.

Entre el patrón, el aspirante a colocado y yo pescamos unos 350 atunes. El ruido originado por el rápido golpeteo de las colas de los atunes sobre la cubierta del barco era ensordecedor, y la lluvia de sangre con la que nos salpicaba una ducha increíble.

Ya cansados por el ejercicio, nos retiramos de nuevo al aparcamiento, parando antes para bañarnos y quitarnos la sangre de atún que nos cubría.

Por la tarde, me llevó a mi solo a pescar al curricán, que consiste en una gran caña de pescar, en la que a lo largo del hilo se le cuelgan varios anzuelos, 10 o 12, cada uno con su sardineta, y que se sujeta al costado del barco. El barco va a su marcha con una caña a cada lado y cada 10 minutos recogemos a ver si hay atunes. Y resulta que si los había, esa tarde para completar el mi alucinante primer (y único hasta ahora) día de pesca le echamos mano a unos 20 atunes mas.

Volviendo ya de atardecida al aparcamiento del barco, me dijo el patrón “Antonio, no vayas a creer que esto pasa todos los días, es la primera vez en 20 años que consigo mas de 10 atunes”.

El lunes siguiente a primera hora, ya en el trabajo, me llama apremiante el Director de Compras de la compañía a su despacho. Llego, me paro ante su mesa y me espeta : “¿Tu eres el novato ese que ayer sacó en La Torre 500 atunes?”, un tanto estupefacto por ver como corren las noticias sobre las grandes hazañas pesqueras, le dije que solo habían sido 370, a lo que me responde “Eres un cabrón, yo llevo gastados entre barco, aparcamiento, gasoil y demás mas de 15 millones de pesetas y lo mas que he conseguido en un día de pesca buena han sido 4 atunes”.

Con una sonrisa maliciosa, le dejé con su cabreo mientras pensaba que lo mas seguro sería que el siguiente que me preguntase dijese “¿Eres tu el que salió a pescar por primera vez el otro día y saco 1000 atunes?”.

NOTA FINAL: ni que decir tiene que nos estuvo saliendo el atún por las orejas durante un año, y eso que hicimos bonitos regalos de atún a casi todo bicho viviente a nuestro alrededor.

(Orel, 28 de junio de 2002)

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